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Conversaciones antifrágiles

A raíz de mi artículo de hace algunas semanas acerca de las Conversaciones Cobardes, las cuales definí como aquellas conversaciones con información falsa o con medias verdades dichas con el afán de causar perjuicio en la reputación de un colega o compañero de trabajo, pero que quien las hace no es capaz de sostenerlas frente a la persona con la que interactúa, me han abierto reflexiones por demás profundas e interesantes. Muchas de estas reflexiones que me han compartido tienen que ver con el daño y dolor que causan, la frustración de que se han convertido en algo habitual (llamándolas “percepciones”, “radio pasillo” o “plática de cafecito”) pero también en la imposibilidad de hacer frente a ellas, como lo hizo Laura con su jefe David en la conversación que mencioné en dicho artículo. 

Y ha sido precisamente el hecho de algunas personas me compartieron su incapacidad de llevarlas a cabo que me hizo profundizar en los motivos por los que, a juicio de quienes me lo compartieron, no pueden ser, ocurrir, o realizarlas. «Es qué necesito mi trabajo»; «Podrían correrme, y ahorita no estoy para eso»; «No podemos quedarnos en casa sin mi salario», fueron de los motivos más recurrentes que me compartieron. 

—¿Por qué te despedirían de tu trabajo por poner límites a chismes que te están afectando? — pregunté a las personas con las que converse de este tema, a final de cuentas lo que Laura dijo a David de forma educada y amable fue: «Lo cierto es que no me interesa lo que vas a decirme, y me lo puedes decir, claro, te voy a escuchar atentamente pero no voy a tomarlo mucho en cuenta», y ese poner límites, terminó abriendo muchas posibilidades para Laura y para David. 

«Es que no puedo pelearme con mi jefe y decirle que no ande de chismoso, que me esté haciendo bullyng, o pidiéndome cosas que nos son adecuadas» me respondían, palabras más, palabras menos. Entonces caí en cuenta que estábamos confundiendo dos tipos de conversaciones, una conversación de poner límites, como lo es la que frena las conversaciones cobardes, y una de reclamo, como lo es una conversación antifrágil. 

Veamos, una conversación de poner límites es aquella que busca legitimar y dignificar a quien la sostiene por los riesgo psicosociales a los que se enfrenta (gastritis, colitis, estrés, tristeza, depresión, hipertensión arterial o ansiedad); mientras que una de reclamo es aquella donde de forma legítima una persona reclama a otra cuando una promesa ha sido incumplida (que un jefe, contrario a los valores de la organización -es decir, la promesa- no cumpla con el trato a su colaborador -es decir, el entregable-), y sí, un elemento indispensable para tener una conversación de reclamo (y no de límites) es la antifragilidad, es decir, ser antifrágil. 

De acuerdo con Nassim Nicholas Taleb (2012), ensayista libanes, la antifragilidad (no confundir con resiliencia o robustez) es la capacidad de las personas de adaptarse y además fortalecerse ante situaciones complejas. Para las personas que desarrollan esta cualidad, la incertidumbre no es una situación negativa; las dificultades o inconvenientes son oportunidades para demostrar sus capacidades y crecer. Taleb ejemplifica este término con la metáfora de la hidra, serpiente de la mitología griega, a la que era casi imposible de destruir, ya que cuando se le cortaba una cabeza emergían de esa herida otras dos más. 

Las conversaciones antifrágiles se dan en ambientes de incertidumbre y volatilidad, donde cualquier resultado, incluso el despido, es probable. Si yo me quejo de la entrega de un producto y no tengo otro proveedor en caso que el primero ya no me lo quiera proveer, soy frágil. Si yo ganó un poco más de dinero, y lo gasto en un carro más caro, o una casa más grande, o una propiedad de descanso sin tener ahorros, soy frágil ante una pérdida de ingresos. La expresión “no pongas todos los huevos de la gallina en un solo cesto” ejemplifica a la perfección el concepto de antifragilidad. 

En situaciones de fragilidad, como las que me compartieron las personas con las que platiqué de las conversaciones cobardes, es difícil tener conversaciones antifrágiles, pero nunca se es tarde para empezar a construir nuestra propia antifragilidad. 

Epílogo.- La antifragilidad es mucho más que una estrategia de supervivencia, es aprendizaje y conocimiento personal, son decisiones… es saber seguir floreciendo incluso en medio del caos. 

Esta columna y el columnista se tomarán unos días de descanso. 

¡Nos vemos después de semana santa!

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Rogelio Segovia es fundador de Human Leader Contacto: rogelio@humanleader.mx 

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