Esta semana hemos conversado acerca de imperios y emperadores en el mundo empresarial; de CEOs que un día son héroes y al otro son villanos.
Cuando una empresa triunfa, deducimos que su líder siempre tomó decisiones acertadas. ¿Y cuando el líder falla? tendemos a conjeturar una mala gestión o incapacidad para encajar el acoso de la competencia
¿Es así de simple?
Philip Rosenzweig (The Halo Efect) llegó a la conclusión que las historias de éxitos y fracasos empresariales exageran sistemáticamente la repercusión del estilo en la dirección y gestión del CEO; mientras que Daniel Kahneman (Pensar rápido, pensar despacio) achaca el éxito empresarial, en mas ocasiones de las que queremos creer, simple y sencillamente a la suerte y no siempre a la capacidad del CEO; solo que la mente humana necesita un mensaje simple de triunfo e ignora el papel determinante de la suerte.
¿Influyen los dirigentes y las prácticas administrativas en los resultados que las empresas obtienen en los mercados? Por supuesto que sí —responde Kahneman—, los directores influyen en el rendimiento, pero los efectos son mucho menores de lo que la lectura de la prensa económica nos hace imaginar (“una estimación muy generosa de la correlación entre el éxito de la empresa y la capacidad de su director puede ser tan alta como un 30 por ciento”)
Es difícil, apunta con jocosidad Kahneman, imaginar a gente haciendo cola en las librerías de los aeropuertos para comprar un libro que describa de manera encomiable las prácticas de dirigentes empresariales que, por lo general, deben sus resultados a la simple suerte.
Para Rosenzweig, la respuesta a la pregunta “¿Qué funciona realmente?” es sencilla: nada, por lo menos no siempre.
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