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Fin de cursos

Ayer terminé el segundo semestre de mi rol como Profesor de Cátedra en el Tecnológico de Monterrey. Los aprendizajes que he tenido, ya lo he dicho, han sido vastos, generosos y enriquecedores. Desde genuinos y cálidos agradecimientos de los alumnos, conocimiento de nuevos temas y conceptos, oportunidad de acceder a mucha lectura, información y gente brillante, hasta la oportunidad de conocer a algunos papás de los alumnos que me han buscado para conversar sobre temas de gestión de talento, liderazgo y procesos de administración de negocios.

Desde que era alumno universitario he estado convencido de que el fin último del catedrático en ambientes universitarios no es per se 'dar aprendizaje' sino más bien el de despertar el interés del alumno a aprender por sus propios medios.

El rol de la enseñanza universitaria no siempre debiera ser, como tantas veces lo es, compartir las fobias y filias y los sesgos y juicios del profesor. Debiera ser el de lograr acompañar y despertar en los alumnos el genuino interés en el conocimiento.

O como ya en otra ocasión había dicho, el trabajo del profesor es impulsar la semilla del pensamiento crítico (Sócrates y su mayéutica, Platón y su dialéctica, Aristóteles y su retórica), es decir, "tener el deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner en orden y el odio por todo tipo de impostura" (Francis Bacon 1561-1626).

Hay dos actividades en particular, que con independencia de la materia o del programa académico, procuro siempre llevar a cabo. Un breve ensayo de no más de 500 palabras que englobe los aprendizajes del curso y reflexiones personales del mismo, y una presentación verbal concisa de su trabajo final de no más de un minuto con treinta y cinco segundos.

¿Por qué estas actividades? Porque la vida es una historia y nuestro cerebro está diseñado para aprender a través de historias y relatos, ya que estos influyen directamente en nuestras emociones y nos permite tener una mejor comprensión de las cosas.

No importa que estemos en ambientes académicos o profesionales las personas exitosas suelen ser grandes contadores de historias. Además, en una sociedad marcada por la excesiva información proveniente de diferentes fuentes, al contar historias (verbalmente o por escrito) desarrollamos algunas competencias muy demandadas en ambientes laborales como lo son el pensamiento sistémico, pensamiento lógico-abstracto y el pensamiento concreto.

Además, disfruto su confusión y nerviosismo ante tales peticiones de mi parte (porque no suelo dar muchas instrucciones o especificaciones más allá de las que mencioné arriba) y la satisfacción y alegría cuando lo terminan haciendo, pero sobre todo la satisfacción de quienes descubren una nueva habilidad.

Pero al final de cuentas, como ya lo he dicho otras muchas veces, aprendo, y encima… me pagan por ello.

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