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El Futuro de las universidades

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No podemos hablar del futuro de las universidades sin antes hablar del futuro del trabajo; ni de éste sin considerar al mismo tiempo aquel. El ejercicio sería, por decir lo menos, estéril; no obstante hemos llevado a cabo, de manera consciente o inconsciente, una dicotomía entre trabajo y universidades, y en lo único que pareciera haber una clara conexión es en la importancia de la tecnología, sin embargo la tecnología no es el futuro del trabajo, mucho menos de las universidades.

El futuro del trabajo, de acuerdo a la Comisión Mundial Sobre el Futuro del Trabajo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2019) se centra en dos grandes oportunidades: evitar ahondar las desigualdades (sociales, de salud, económicas); y, aumentar la certidumbre laboral. Si en las universidades hablamos solamente de mejorar plataformas educativas; mayor investigación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas e integración global, estamos conversando solamente del enfoque obvio que cualquier universidad debe tener por naturaleza, pero estamos olvidando lo más importante su propósito y conjunción como parte del futuro del trabajo.

El futuro no está en la tecnología. Por antonomasia, tecnología es futuro. Desde finales del siglo XVIII, con la revolución industrial, la tecnología ha tenido un vínculo intrínseco con el futuro, siempre han existido las “grandes tecnologías de la época”. La diferencia es que ahora la tecnología ya no solo disminuye el trabajo manual, aumenta la productividad y crea especialización para la prosperidad de las personas; ahora también toma decisiones por nosotros. La tecnología es la herramienta habilitadora del futuro, no su fin.

El gran cambio epistemológico sobre el cual deben trabajar las universidades para evitar ahondar las desigualdades y aumentar la certidumbre laboral es enseñar a los estudiantes a tomar decisiones con fundamentos éticos y filosóficos que promuevan el bien común de la sociedad. Cada vez es más común ver a nivel mundial personas que sin una formación universitaria formal, o incompleta, desarrollan tecnologías innovadoras en distintos campos. La democratización del auto-aprendizaje a través de herramientas sin costo y de fácil acceso está cobrando cada vez mayor relevancia, sobre todo a partir de la Gran Pandemia del ya mítico año 2020. ¿Acaso esto significa el declive de la educación universitaria? En absoluto; áreas complejas y sumamente especializadas como científicas, legales, financieras, y de la salud, así como la educación continua y post-universitaria en ciencias políticas, éticas, ecológicas y de bienestar, cobrarán cada vez mayor relevancia para tomar decisiones de carácter ético y moral.

La inteligencia artificial, la robótica y la automatización en el mundo laboral nos permitirá tomar de forma más rápida mejores decisiones permitirá mejorar procesos de producción, conseguir descenso de costos, mejoramiento de la competitividad y apertura de nuevos mercados. Todo esto debería ayudar a los seres humanos en su constante búsqueda del bien común. ¿El riesgo? Asegurar que el uso de las nuevas tecnologías sea a través de cultivar el apego ético y moral para la toma de decisiones. Al final la tecnología (inteligencia artificial, machine learning, big data, y la analítica avanzada de datos) no son otra cosa que algoritmos (secuencia de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas); detrás del gobierno de los algoritmos, están las decisiones de las personas que los alimentan. La inteligencia artificial, por ejemplo, no solo replica, sino que magnifica los sesgos y prejuicios de quienes la crean y alimentan.

El futuro de las universidades está en la enseñanza ética, moral, y filosófica para la toma de decisiones, con sentimientos de solidaridad e igualdad, en la búsqueda del bien común de nuestra sociedad. Más que nunca los futuros graduados, y los actuales profesionistas a través de formación post-universitaria, deben aprender a tomar consciencia de los valores, creencias y bienestar de sus comunidades. Esto sin importar que sean artistas, científicos, abogados, ingenieros, o médicos.

Epílogo.- Decir que un artículo de opinión es ' intrínsecamente subjetivo' es redundante e innecesario. Decir que este artículo refleja mi pensamiento es claramente un pleonasmo. Pero he de decirlo con el afán de celebrar y recordar mi propósito de vida: apasionado por transformar personas y organizaciones. Siempre había sentido, tenido esa sensación, de que algo no iba del todo bien en el mundo laboral; qué el ecosistema laboral donde yo vivía y servía no era el mundo real. Tuve el privilegio (¿la suerte?) de colaborar en una organización que tiene un genuino y auténtico interés y cuidado por sus colaboradores; pero yo siempre supe que esa no es la generalidad del mundo laboral, sino una de pocas excepciones, a partir de esa epifanía decidí que mi propósito era ayudar a las organizaciones a transformarse. Pero las organizaciones no existen, existen las personas que las integran y ahí es donde debemos hacer los grandes cambios. «¿Y si ese cambio lo hacemos antes de que las personas se integren a las organizaciones?» me pregunté hace algún tiempo. ¿Cómo? directamente en las instituciones que proporcionan conocimientos especializados en cada rama del saber: las instituciones de educación superior. A partir de hoy, con el inicio formal del semestre académico del Tec de Monterrey, donde me estoy integrando como profesor de cátedra, sigo mi propósito.

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