Hace unos días me invitaron a una reunión social. Éramos pocas personas en una terraza al aire libre, y yo prácticamente no conocía a los otros asistentes lo que era una buena oportunidad para coincidir con otra gente. Aquella era una noche templada; para finales de septiembre las temperaturas ceden un poco en Monterrey, las noches son más confortables en comparación con las semanas anteriores y cuando el viento del norte sopla, nos regala agradables momentos con temperaturas otoñales.
Asistí a la cena con gran ánimo, fui el primero en llegar y el anfitrión me recibió con gusto y atención; me serví un generoso vaso de vino y nos actualizamos con temas de los últimos días. Poco tiempo después llegó uno de los invitados, una persona cálida que nos saludó con cortesía y amabilidad. Después de que el invitado recién llegado también se sirvió un vaso de vino y picoteó un poco de los aperitivos de la mesa, me preguntó, lo que a mi me pareció a bocajarro, «y tú Rogelio, ¿a qué te dedicas, qué haces?»
La verdad es que la pregunta la hizo de forma cálida y con genuino interés, pero yo estaba más bien distraído. O después de todo, no es que estuviese distraído, era que de momento me quedé pensando ¿quién soy yo? De acuerdo a Carl Jung, uno de los fundadores del psicoanálisis moderno, toda nuestra vida intentamos ser individuos únicos e independientes, y para esto utilizamos cuatro máscaras.
1. Persona: La primera de ellas, es la máscara de la persona, la que usamos todos los días, fingiendo lo que somos, en palabras de Jung son aquellos aspectos de la personalidad con los que los individuos se adaptan al mundo exterior, los roles que desempeñan y que resultan presentables y agradables para los demás.
2. Sombra: La segunda es la mascara de la sombra, nuestro lado negro, que dicta cómo debemos actuar y comportarnos y que es donde están las telas de araña, como la cobardía y la mezquindad, es decir, todo lo que hemos arrojado al sótano del inconsciente por temor a ser rechazados. No sólo se trata de aspectos socialmente negativos como la envidia o la cobardía, sino que también pueden ser elementos socialmente catalogados como positivos, pero que el individuo y su medio rechazan (Alonso G., 2004).
3. Alma: La tercer máscara es el alma, no como una referencia religiosa, sino como el “alma del mundo”, la fuente del conocimiento donde los instintos comienzan a agudizarse, las emociones se tornan radicales, las señales que envía la vida son más importantes que la lógica y la percepción de la realidad se vuelve menos rígida.
4. Y finalmente, y poco usada y recomendada, la máscara del “Viejo Sabio” para los hombres, o la “Gran Madre”, en el caso de las mujeres. Es cuando pueden comenzar a surgir nuevos valores personales y sociales.
La mayoría de las personas solemos quedarnos, si acaso, en las primeras tres máscaras, pero sobre todo navegamos entre la primera y la segunda. El riesgo, de acuerdo a Richard Evans (Conversaciones con Jung, 1968), es que el yo termine identificándose con esa máscara y el individuo sienta que no le es fácil saber quién es su yo y quién la persona.
En ese momento, en una templada noche de septiembre, con una agradable charla y un generoso vaso de vino, la pregunta «y tú Rogelio, ¿a qué te dedicas, qué haces?», me pilló desprevenido sin alguna de las máscaras de la persona y me hizo balbucear antes de soltar una risotada cuando caí en cuenta de todo esto.
Fue algo agradable.
Epílogo.- y tú, ¿a qué te dedicas, qué haces?... ¿Quién eres?
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Rogelio Segovia es fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent y Presidente de la Comisión de Recursos Humanos de la COPARMEX, Nuevo León.
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