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¿Por qué discriminamos?

Esta semana tuve una conversación con un amigo colombiano que recién regresó a su país. Él fue ejecutivo de recursos humanos y durante poco más de diez años estuvo trabajando en diversas empresas en Estados Unidos, los últimos tres años vivió en Seattle donde laboró para una consultora de procesos de gestión de cambio y cultura. Mi amigo, como buen latinoamericano es dicharachero y amigable. Es de mediana edad, rollizo y piel aperlada; sus ojos marrón obscuros, enmarcados por su espesa cabellera negra, siembre brillan y destellan alegres detrás de sus gafas, su nariz es larga y torcida, como si de joven se la hubiese fracturado. Aprovechando la nueva normalidad de los procesos de capacitación originados por la pandemia, decidió regresar a Medellín y trabajar por proyectos con diferentes consultoras en procesos de cultura y gestión de cambio.

—Siempre estuve acostumbrado a temas de discriminación— me dijo con una de sus habituales y cálidas risotadas en nuestra llamada por videoconferencia, —Como dicen ustedes los mexicanos, no niego la cruz de mi parroquia, soy moreno y de cabello obscuro, a lo que nunca me he podido acostumbrar es a que entre latinos nos discriminemos—

—¿Cómo es eso?— Le pregunté sorprendido.

—Fíjate, me buscaron para llevar un proceso de capacitación en una empresa mexicoamericana, y me entrevisté con la líder de recursos humanos, una mujer mas mexicana que tú, y más latina que nosotros dos juntos. Más que preocupada por mi experiencia profesional, o conocimiento sobre el tema, a ella le preocupaba mi apariencia física y mi acento… ¡qué charro ome! — dijo con cierta molestia en su característico acento colombiano antes de continuar, —Esta mujer no sabía ni como planteármelo, me decía que en su empresa la cultura era diferente, que estaban acostumbrados a ciertos perfiles, que sus líderes eran muy exigentes, y cuando le dije que no entendía a que se refería, y por supuesto que bien le entendía, pero quería que ella lo dijera, que me suelta: “es que tu y tu acento son muy, muy… latinos”. Me quedé mudo —dijo mi amigo —No pensé que ella lo fuera a decir, y yo… y yo en ese momento solo pensé: búsqueme, y vera que me encuentra— terminó mi amigo colombiano no sin cierta vergüenza.

Hay conversaciones que no dejan de sorprenderme, y molestarme. En los últimos años en general tenemos como sociedad, pero en particular quienes estamos en áreas de capital humano, hablando y trabajando en temas de sesgos inconscientes para evitar todo tipo de discriminación, ya sea de genero, de raza, de orientación sexual… ¿y ahora, en pleno siglo XXI, inventamos "la discriminación del acento"?, y después... ¿qué otra nos inventamos?

A veces pareciera que por cada paso que damos en la dirección correcta para eliminar la discriminación laboral, damos tres en sentido opuesto. La discriminación laboral, ya sea directa o indirecta, lleva implícita un largo etcétera, como lo es salarios bajos, menores promociones y desarrollo profesional, menos acceso a tener movilidad social, pero sobre todo implica un trato vergonzoso y vejatorio, y es este trato vejatorio, como el que mi amigo me confesó, el que afecta en uno de los elementos más sagrados e importantes de cualquier persona, su autorrealización a través de la auto-confianza, el auto-respeto y la auto-estima.

No olvidemos la triada que nos hace ser-personas, ser-humanos, ser-en-el-mundo. “Ser”, “vivir” y “existir”. Somos, al igual que la materia animada e inanimada. Vivimos al igual que todo ser vivo. Existimos, cuando tenemos el reconocimiento intersubjetivo (relaciones sociales) de la personas que habitan nuestro entorno. Con la discriminación, cualquiera que esta sea, eliminamos el existir y por ende, eliminamos el ser-en-el-mundo.

Epílogo.- Con estos temas que lastiman tan profundamente a nuestra sociedad, no tengo mucho más que epilogar. 

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Rogelio Segovia es fundador de Human Leader Contacto: rogelio@humanleader.mx 

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