Hace unos días me preguntaron por qué está siendo tan difícil que aquellas personas que trabajan desde casa puedan desconectarse y tener equilibrio en su vida.
—No se puede tener lo que nunca se ha tenido— contesté, como verdad de Perogrullo, a mi interlocutor.
Me explico, en un mundo donde rendimos honores al multitask, la prisa y la rutina, hablar del arte de simplemente desaparecerse, suena, por decirlo de forma condescendiente, extraño y fuera de lugar. Aún hoy en día, en esta vorágine de trabajo a distancia por temas de la pandemia, un colega me compartía que el director de control de calidad de su empresa lo buscó ya al final del día para quejarse de uno de sus gerentes al que quería desvincular o al menos mover de su dirección.
—¿Y por qué quieres hacer eso? — preguntó mi colega de recursos humanos.
—¿Mira qué hora son? —preguntó el director de operaciones, —Son las 19:30… y Sebastián, ¿dónde está? El señor, a las 18:15 ya se fue, aquí estamos todos dándole y fregándonos, y él se va temprano… así yo no puedo trabajar— finalizó con molestia.
—Pero la hora de salida en la empresa es a las 17:45, y no tengo conocimiento de que ustedes estén en algún proceso crítico o de cambio, además y según recuerdo Sebastián salió muy bien en su evaluación de desempeño del año que recién termino. A eso sumémosle que como recursos humanos estamos promoviendo pasar la menor cantidad de tiempo en la oficina— dijo el de recursos humanos.
—Son fregaderas, y él debería estar aquí y no bien tranquilo en su casa— remató el director sin prestar mayor atención al argumento de mi colega.
Desconozco en que haya terminado ese tema, pero esa conversación fue lo primero que vino a mi mente cuando me preguntaban acerca del derecho de desconexión en la modalidad de trabajo desde casa. No podemos pedir en esta modalidad lo que nunca aprendimos a aplicar cuando todos estábamos trabajando desde la oficina.
«Es que así es en todo el mundo», argumentaran algunos. Pues no, no es cierto. «Bueno, es que en ciudades tan competitivas como la nuestra es así». Pues no, tampoco eso es cierto. «Está bien, pero eso nos hace ser mas competitivos y productivos» Pues tampoco, nada mas alejado de la realidad, y para muestra basta un botón: en Francia, sexta economía del mundo (Statista, 2021), el respeto a los derechos de los trabajadores es de tal magnitud que prohiben que los empleados almuercen en su escritorio. Si la compañía es quien permite a los empleados comer en sus escritorios se hace acreedora a una multa; si el empleado es quien opta por comer en su lugar se le impone una acción disciplinaria. Recientemente y por efectos de la pandemia esta prohibición ha sido relajada para paliar los efectos del coronavirus, sin embargo la acción ha sido considerada como escandalosa. En Francia, país que le dio al mundo al mundo la semana laboral de 35 horas, este tipo de acciones son consideradas como una indicación ominosa de un pobre entendimiento del balance adecuado de trabajo y vida personal.
Y mientras que nosotros seguimos “dándole”, “fregándonos”, y “echándole ganas” para demostrar no sé que cosa, sabrá el destino a quién. En Francia desde el año 2017 se introdujo formalmente el “derecho a desconectarse”, una política radical dirigida a eliminar el agotamiento laboral (que a su vez es un riesgo para la salud publica) causado por la tecnología (dado el efecto de siempre estar conectados), y a ayudar a los empleados a re-orientar su vida personal y familiar.
Epílogo.- “Si, pero aquí no es Francia, aquí es diferente” (inserte aquí emoji con ojos mirando hacia arriba).
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Rogelio Segovia es fundador de Human Leader Contacto: rogelio@humanleader.mx
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