Hace un par de meses los riesgos del confinamiento laboral y social empezaron a aparecer de forma paulatina pero constante en los empleados de todo el mundo, pero sobre todo de aquellos que continúan trabajando desde casa desde y que en marzo fueron enviados a laborar a sus hogares. Estos riesgos causados por el aislamiento, empezaron a emerger con mayor claridad una vez que aquella sensación indefinida de desasosiego e incertidumbre por la amenaza de una enfermedad difusa, dispersa y poco clara que nos embragó a principios de este año se disipó para dar paso a un sentimiento real y concreto, el miedo por el coronavirus.
El aislamiento, en términos generales, va en contra de la primitiva necesidad de contacto físico y social de los humanos. La soledad afecta nuestra producción hormonal del sistema centra y el inmunológico, al tiempo que nos hace sentir ansiosos, impulsivos, torpes e intolerantes. Desde mayo hemos estado en un aislamiento social y laboral no planeado y al que con fines adaptativos y narrativos hemos llamado “nueva normalidad”. Este aislamiento ha causado una fatiga física y mental que está ocasionando importantes daños en la población a nivel personal y profesional.
¿Los primeros estragos? Una arremetida del coronavirus por la relajación de medidas de protección personal e importantes indicios de improductividad laboral. Empleadores y empleados empiezan a cuestionarse como podrán sobrevivir y prosperar en el futuro y empiezan a plantearse el crear ecosistemas de aprendizaje para enfrentar una crisis de salud y una crisis económica que parece haberse estacionado en muchos países del mundo. ¿Los riesgos de crear estos ecosistemas de aprendizaje? Caer en errores y trampas de predicción dada nuestra tendencia de engañarnos con auto-narraciones (Taleb, 2008), y como nos gusta simplificar, ver patrones y tejer experiencias. Empezamos a relajarnos y confiarnos, lo que puede acrecentar los ya existentes riesgos de nuestro aislamiento y poner en serios riesgos nuestra salud y bienestar (físico, emocional y financiero). Tan solo recordemos cuando se creyó que tendríamos un periodo breve, pero esencial, de aislamiento y que el verano extinguiría el virus (NYT, Octubre 2020).
A nivel personal, ¿qué podemos hacer para mitigar estos riesgos? Primero, aceptar y entender nuestra torpeza social y rarezas (y las de los otros) ocasionadas por la fatiga física y mental del aislamiento. Segundo, trabajar con nuestra resiliencia personal, es decir, desarrollar y ejercitar nuestra capacidad de recuperación y adaptación a la desgracia y al cambio.
¿Cómo podemos trabajar con nuestra resiliencia personal? Es más sencillo de lo que parece, pero al principio tendremos que ser metódicos y constantes: dediquemos tiempo a mantener relaciones personales y directas que sean buenas y positivas. Seamos compasivos y amables con nosotros aceptando que hay circunstancias fuera de nuestro control. Mantengamos el optimismo y una perspectiva positiva y esperanzadora hacia el futuro; y quizá más importante aceptemos que no seguiremos siendo los mismos, los valores, la cultura, pero sobre todo las personas, cambiamos.
Epílogo.- Para construir y fomentar nuestra resiliencia podemos hacer actividades sencillas como dar breves paseos, aprender a respirar de forma consciente, mandar un mensaje de texto o hacer una videollamada a alguien que queremos, aprender cosas nuevas y sencillas como yoga o meditación, pero sobre todo conocer y aceptar nuestras emociones y sentimientos.
_______
Rogelio Segovia es fundador de Human Leader Contacto: rogelio@humanleader.mx
Comentarios
Publicar un comentario