“Durante épocas de cambios prolongados y radicales, las personas terminan cambiando”
Luka Lucic.
En la mezcla hay una parte de miedo, pero sobre todo, una de plenitud.
Lo definen como el síndrome de la cabaña, el cual consiste en el miedo, por diferentes y diversas causas, a cambiar un entorno que se percibe seguro por otro. Este síndrome se ha presentado recientemente en España por el levantamiento de las estrictas medidas de restricción sanitaria que estuvieron vigentes en aquél país a razón del COVID19.
En la parte del miedo obedece al temor de poder contraer esta enfermedad, y aunque el miedo puede aquejar a personas de todas las edades y condiciones de salud, se presenta con mayor preponderancia en la población de riesgo, es decir personas mayores de sesenta años y con alguna condición de co-morbilidad como puede ser diabetes, hipertensión, obesidad, etc.
En el otro ingrediente de esta mezcla, esta el componente de plenitud. Este, al tener un importante componente de culpabilidad, lo escondemos en el miedo. La plenitud refleja un estado de florecimiento, de gozo y desarrollo.
A propósito del confinamiento al que nos hemos visto expuestos, quienes estamos trabajando desde casa, utilizamos diversas herramientas tales como Zoom, Teams, Hangouts, entre otras para sostener videoconferencias con colegas de trabajo, clientes y proveedores. En la mayoría de las reuniones en las que he participado, previo a tratar el tema principal de la reunión, los participantes nos preguntamos, —¿Cómo has estado en estos días de home office?—; la respuesta, casi en automático, suele ser, —Bien, pero extraño salir, extraño la adrenalina del día a día—
Una respuesta, formal, elegante. Una respuesta con la cual buscamos ocultar con cierta culpabilidad que no estamos llevándola tan mal en casa, y que al contrario de lo que pudiera parecer, realmente lo estamos disfrutando. Y, ¿cómo no buscar ocultarlo un poco?, pues estamos acostumbrados a que si estamos pasándola bien, necesariamente alguien esta pasándola mal, y eso nos han enseñado que se llama: egoísmo. Y el egoísmo, en oposición al altruismo, es malo.
Más allá del legítimo y serio miedo a contraer el COVID19, este es el síndrome de la cabaña, el miedo real y genuino de perder no solo el nuevo hacer sino también el nuevo ser post-COVID que hemos descubierto. Un nuevo hacer que implica el uso de herramientas digitales, la interacción a distancia y el trabajo por objetivos; pero también un nuevo ser que incluye tiempo de introspección y meditación personal, conexión con los nuestros, espacio para una mejor escucha y nuevas conversaciones. Un mundo lejos de la estresante y agotadora vorágine pre-COVID que nos estaba consumiendo y en el cual nos habíamos auto-inflingido ser, en palabras de Byung-Chul Han, máquinas cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento.
Epílogo.- Entonces, llevar esto con plenitud, ¿es motivo para sentirse culpable y egoísta? No, definitivamente no. Estamos viviendo la construcción de un nuevo ser y eso nos asusta, lo cual es totalmente natural y…humano. Conectemos con nosotros, escuchemos a esa voz interior que nos esta invitando a recobrar nuestra autonomía, frugalidad y control individual y a partir de ahí, a través de la cooperación, conectemos con nuestras familias, nuestros vecinos, nuestros amigos y colegas, en nuestra nueva realidad post-virus.
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