Los grandes eventos que ha experimentado la humanidad terminaron cambiando las estructuras de la sociedad de su época; desde estructuras políticas, científicas y artísticas, hasta de relaciones personales y de entendimiento del hombre. Quizá estos cambio se han debido a que pusieron de manifiesto desde una perspectiva religiosa, moral y filosófica la vulnerabilidad humana respecto a nuestro paso por este mundo y la necesidad que como seres humanos tenemos los unos de los otros. Es probable que debido a este “darse cuenta” de nuestra franca fragilidad humana es que las grandes tragedias terminaron generando grandes cambios.
La peste negra del siglo XIV, conocida como la pandemia transitoria de la Baja Edad Media a la Edad Moderna, trajo cambios profundos en su época. El campo se empezó a despoblar y las ciudades a crecer; empezó la declinación del sistema feudal así como de la aristocracia rural y surge la burguesía; se dió la aparición de la clase gremial (empresarios) y de los obreros (asalariados), la educación empezó a ser secular y surgió un renovado interés por la ciencia y sobre todo (impulsado por la falta mano de obra) de la técnica. Otro de los grandes aportes de la peste fue el desarrollo de la prevención sanitaria con la aparición de las Juntas de Sanidad de Florencia y Venecia en 1348.
Nosotros hemos venido platicando acerca del mundo que vamos a esbozar a partir del coronavirus y de la seguridad (o esperanza) que tenemos acerca de estos cambios; pero no todos los cambios están exentos de riesgos. Harari (La Nación, abril 2020) apunta que ésta epidemia puede ayudar a la humanidad a darse cuenta del peligro agudo que representa la desunión global y resultar en un mejor sistema económico, mayor cooperación global y regímenes democráticos más fuertes, pero también advierte que malas decisiones pueden resultar en un colapso social, económico y democrático.
¿Cuáles son algunos de los riesgos que nos acechan? Uno de los principales tiene que ver con el tipo de convivencia social que enfrentaremos desde una perspectiva personal y laboral. Como parte de la dura batalla que estamos luchando se nos ha insistido en practicar el llamado “distanciamiento social”, es decir, el aumento deliberado del espacio físico entre dos personas para evitar la propagación de una enfermedad. Para poder llevar a cabo este distanciamiento se han adoptado nuevos hábitos personales y laborales. En las empresas se ha adoptado la modalidad de trabajo desde casa, eliminar reuniones presenciales, minimizar la interacción entre colaboradores que no pueden llevar a cabo trabajo a distancia. Como sociedad debemos eludir lugares concurridos, evitar saludos que impliquen contacto físico, minimizar reuniones familiares, y en general guardar distancia unos de otros.
Este distanciamiento, social y laboral, es necesario e indispensable, al día de hoy es la herramienta más efectiva que existe para evitar que el COVID-19 se propague a gran velocidad; sin embargo hay un par de riesgos que debemos tener presentes: (a) En la vida laboral el trabajo a distancia puede causar sentimiento de aislamiento (working isolation) en los colaboradores, lo cual se refleja en menores niveles de creatividad, baja mentalidad innovadora, así como poca empatía y colaboración con sus compañeros de trabajo. (b) En nuestra vida personal, el distanciamiento puede llevarnos, terminada la contingencia, a evitar el contacto social por miedo a contagiarnos de cualquier virus, a volvernos fríos, precavidos y temerosos de los otros. En situaciones agudas el aislamiento social y/o laboral conduce a sentimientos de ostracismo y alienación.
Epílogo.- A principios de la década de los años de 1970, Suecia, uno de los países con los más altos índices de desarrollo del mundo, modificó su sistema de valores para promover “la independencia fundamental” entre las personas en donde “toda persona debe ser considerada como un individuo independiente”. Una especie de “distanciamiento económico” donde los niños se liberen de sus abuelos, los adolescentes de sus padres, y las mujeres de hombres. La sociedad sueca vive una especie de alienación, la muerte en soledad, familias monoparentales y la ausencia de comunidad es “su realidad”. No hay un yo, sin un tú.
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rogelio@humanleader.mx
Te comparto las recomendaciones que nos dejó Jesús:
ResponderEliminar- LIBROS:
Factfulness de Hans Rosling
Narciso y Goldmundo de Hermann Hesse
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