“¿Qué sorpresa nos ofrecerá el futuro?; ¿Qué poder mágico tiene una sonrisa encantadora?”
Le Orme.
Personalmente siempre he disfrutado mis
momentos de soledad. Me permite echar a andar mi imaginación, soñar y platicar
conmigo mismo, quizá por eso es que soy maratonista. Cuando corro, nunca lo
hago con música, corro con mi silencio y mis pensamientos; no obstante, soy
perfectamente consciente que no es lo mismo buscar por decisión propia espacios
de soledad y aislamiento de la vorágine del día a día, que estar aislado o practicando
el distanciamiento social por necesidad. Si al hecho de estar en aislamiento
obligatorio le sumamos que éste es por un motivo que conocemos (COVID-19) pero
aún no entendemos del todo (su cura), se convierte en la receta ideal para
potenciar, a veces hacia sus sombras, a nuestras emociones.
Estos últimos días he tenido la
oportunidad de platicar con diversas personas respecto al COVID-19, desde
colegas de recursos humanos, colaboradores de diversas áreas de expertise,
hasta con médicos; y las emociones que más siento y escucho en ellos (y en mí)
son ansiedad, frustración y miedo.
Este viernes una compañera de trabajo
llegó a mi oficina para revisar unos documentos. Cuando llegó la noté muy seria
y con poca energía, su corporalidad reflejaba mucho cansancio, su voz sonaba
plana y monótona, la dejé terminar de hablar mientras la observaba con
detenimiento. Cuando finalizó, la miré por un par de segundos y desde mi
ternura le pregunté qué le sucedía. Ni bien había terminado mi pregunta cuando
sus hombros, en abatimiento, cayeron hacia el frente y los ojos se le enrojecieron.
—Nada— respondió de inicio para, y sin
palabra alguna de mi parte, continuar; —Tengo miedo, mucho miedo—
—¿De qué tienes miedo?— le pregunté.
—Del coronavirus, de lo que va a pasar,
de nuestro trabajo, de mis papás, de la gente que se está quedando sin ingresos
porque cerraron sus trabajos, de …— se interrumpió al sentir que las palabras
se atragantaban en su garganta y se negaban a seguir saliendo, bajó la mirada
mientras seguía pensando.
Todas las emociones repercuten en el
accionar de las personas y producen cambios en la forma en que ven el mundo. Las
emociones se reflejan en cambios internos (biológicos) y externos (lenguaje) tanto
en emociones “buenas” como lo es felicidad, como en emociones “malas” tales
como la ansiedad, la frustración y el miedo. ¿Y qué hacemos cuando observamos estos cambios internos y externos en
las personas derivados de emociones “malas”? Queremos evitar que sientan
sus emociones y les decimos “no tengas miedo”; “no estés triste”, “no te
preocupes”. Maturana (1988) critica (¡y con toda razón!) que con frecuencia se
le pide a las personas controlar sus emociones y comportarse de manera racional,
ya que vivimos en una cultura que contrapone emoción y razón como si se tratase
de dimensiones antagónicas del espacio psíquico, hablamos como si lo emocional
negase lo racional.
Pero, ¿Qué es una emoción? Para Descartes, una emoción es algo que se
siente de un modo infalible, pues no es posible sentir una emoción y
equivocarse respecto a ella. En 1931 un cardiólogo estadounidense describió la
emoción como una “cosa fluida y fugaz que, como el viento va y viene, uno no
sabe cómo”; medio siglo después dos psicólogos argumentaron que todos saben
“qué es una emoción”, hasta que se les pide que den una definición. Según Lucila
Mejía (2016) las emociones no son buenas o malas, sino que las emociones tienen
su luz y su sombra. En su luz, toda emoción ayuda a expandir
nuestro universo de posibilidades, proporcionando bienestar a nosotros y a
quienes nos rodean. En su sombra, limitan nuestras posibilidades y nos traen
malestar a nosotros y a nuestro entorno.
En estos momentos como sociedad estamos
experimentando ansiedad, miedo y frustración; y en vez anclarnos en las
sombras de la emoción y que nos nuble la claridad e instale en el
desconcierto (ansiedad); que nos genere parálisis e impida actuar, o nos vuelva
temerarios irreflexivos (miedo); o que nos lleve al abandono y a la renuncia
(frustración); mejor sintamos desde su luz estas tres emociones que estamos
compartiendo de manera profunda como comunidad (a la capacidad de sentir
emociones de forma simultánea se le llama resonancia límbica), y preguntémonos ¿qué nos están diciendo?; ¿a qué nos está llamando? y así,
permitamos ver y prever qué necesitamos para avanzar y crecer en el futuro
(ansiedad); permitamos que nos cuide desde la protección, poniéndonos en alerta
y haciéndonos actuar de manera acertada para cuidar eso que podemos perder
(miedo); y dar paso a la resiliencia, retomar de nuevo el vuelo desde el
impulso y volverlo a intentar (frustración).
Permitámonos, como comunidad, resonar,
desde nuestra luz, con los demás, y… ¡bienvenidas todas nuestras emociones!
Epílogo.- Instantes después de que mi compañera de trabajo suspendió
abruptamente la conversación de sus miedos, pasó caminando la Dra. Alicia López
Romo, coordinadora corporativa de epidemiología de CHRISTUS MUGUERZA, y la
invité a que se uniera a nuestra plática. La Dra. Alicia, con un tono cálido,
cercano y compasivo, compartió desde su profundo conocimiento técnico, las
realidades y cuidados clínicos que debemos tener con el COVID-19, pero también
expuso los mitos y confusiones que se han generado al respecto. De esta
conversación surgió la idea del webinar “RH
en tiempos de Coronavirus” que hoy lunes 23 de marzo a las 09:00 la Dra.
Alicia y yo compartiremos con la comunidad a través de la plataforma Zoom y
Facebook. Si por algo te lo perdiste, no te preocupes, estaremos compartiendo
la conversación.
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rogelio@humanleader.mx
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