Me sentía como si de golpe hubiese salido de las arenas del desierto, mi respiración era entrecortada, la atmósfera de la noche se sentía cargada, asfixiante, enrarecida. Mis ojos estaban arcillosos, como un par de aceitunas olvidadas la noche anterior en el cuenco de una cantina y a las cuales solo le quedan rastros de sal. Desde lejos, el lugar se veía luminoso, pero a medida me acercaba con cierta reserva, la oscuridad de la madrugada se adueñaba del lugar. El camino para llegar ahí: lúgubre, largo, solitario y oscuro, aún más oscuro que una noche sin luna. Los olores del lugar eran sofocantes, el aire estaba viciado, irrespirable, una fragancia que parecía provenir de un corral de cerdos, una mezcla de orina, heces y sudor. Me debatía entre quedarme con sed bajo la noche de atmósfera cargada y asfixiante o introducirme en aquel callejón lóbrego de ambiente irrespirable y opresivo. Mi corazón latía presuroso, con angustia; algo no estaba bien, pero los espasmos de mi garganta eran lacerantes. Quizá no estaba despierto y todo era un sueño ¿acaso mi inconsciente quería llevarme al grifo al final de ese pasillo para despertarme e irme directo al grifo de la cocina? Pero… ¿y si no estaba dormido? Era tan real, tan claro, tan luminoso, tan oscuro, tan… recordé que en los sueños uno no puede ver los colores, ¿pero por qué lo recordaba?; ¿eso era tan solo remotamente cierto? De cualquier manera, estaba tan oscuro que no lo podría saber, pero… ¿antes estaba luminoso?; o ¿no lo estaba? No, definitivamente no podía ser un sueño, yo estaba ahí, firme, inmóvil, erguido, al final del pasillo, como siempre lo había estado. Empecé a sentir una angustia inconmensurable, quería correr, pero ¿cómo correr cuando uno está fijo? Alguien se acercaba por el pasillo, ¿a aquella hora? No lo podía ver, pero lo sabía, era evidente. Entonces… ¿no estaba yo solo? Estaba inmóvil, con frío y fatigado. Sentí una mano temblorosa posarse sobre mi, me tomó con cierta fuerza sobre el cuerpo y luego me tomó de la manija, en un primer intento quiso hacerme girar pero sus fuerzas eran exiguas, inspiró con fuerza e intentó girar, en el sentido de las manecillas del reloj mi manija… primero fue un leve chirrido al momento que el anillo de caucho cedió, finalmente el chorro de agua cedió y salió a borbotones para estrellarse contra el piso de concreto, aquel desconocido llevó la mano hecha cuenca rumbo al chorro de agua para recoger un poco del liquido; alzó la mano para llevarla en dirección a sus labios al tiempo que el ese sediento desconocido despertaba, ávido de agua, en su habitación.
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Ray Bradbury (1920- 2012) apuntaba que "no es posible escribir 52 malas historias seguidas" por lo cual cada uno debemos —y podemos— escribir una historia corta por semana. ¡Sin reglas, sin limites!
#Semana6
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