#MiércolesDeFilosofía
El sábado pasado, después de correr dieciséis kilómetros, bañarme y prepararme una taza de café, me senté a leer —como lo hago casi desde que era muy chico— el periódico. La edición en español del “The New York Times” lanzaba en primera página una gran imagen en rojo y amarillo con el dibujo de tres jóvenes —dos caballeros y una señorita— de entre veinticinco y treinta y cinco años, que cubría casi media página con un insinuante y elocuente encabezado “Es trabajo en exceso lo de hoy”.
La imagen es por demás fuerte, de izquierda a derecha, el primer joven tiene vagos rasgos asiáticos, difíciles de asegurarlo pues lleva gafas de aumento, en su mano derecha sostiene un teléfono celular con unos auriculares alámbricos que van a sus orejas y en la mano izquierda tiene sostiene un Ipad. La señorita que se encuentra en medio de ambos, es de tez aperlada con un incipiente peinado afro, lleva una chamarra de mezclilla, blusa de rayas horizontales, lentes obscuros, y un pequeño tatuaje de corazón en la mano derecha mientras que con la otra sostiene una moderna cartera de plástico para documentos tamaño carta. Finalmente y a la derecha, está un joven de piel blanca, espesa barba negra, lentes de sol y un Ipad que sostiene en su mano derecha; lleva una camisa de leñador arremangada y de ambas manos sobresalen tatuajes que probablemente le cubran todo el brazo. Detrás de ellos y en grandes letras rojas, la palabra “ajetreo” en ingles (Hustle). Al calce, el acrónimo TGIM! “ThankGodIt'sMonday (GraciasaDiosEsLunes)”. El artículo es principalmente una crítica a la cultura del ajetreo, una cultura que “está obsesionada con el esfuerzo, es implacablemente positiva, está desprovista de sentido del humor y es imposible escapar de ella… es ambición, aguante y ajetreo. Es una actuación en vivo que enciende tu creatividad... una sesión agotadora que libera tus endorfinas”.
El artículo me dejó un sentimiento ambivalente, una vaga sensación de vacío, o cómo señala el propio artículo ánimo de que esto “es triste y explotador”, ya que “hay quienes creen que el trabajo arduo no necesariamente resulta en trabajadores felices”
Lo anterior volvió a golpearme, como el balonazo que te pegaba de forma desprevenida en el recreo de la escuela, con una devastadora pregunta: ¿Por qué las empresas miden su éxito por el valor de sus acciones y no por la felicidad de sus empleados? Si he de ser brutalmente sincero, no tengo una respuesta; o tengo muchas que viene a ser casi lo mismo; pero mientras esta pregunta sigue rondando mis pensamientos, me encontré con un poderoso texto que me hizo reformular mi vieja pregunta no solo a lo que hacemos en nuestras empresas, sino también a lo que hacemos con nuestras vidas: ¿Las comodidades, lujos, beneficios y mejoras que tenemos en nuestra vida, —y que supuestamente la vuelven mas fácil— se ha convertido en una piedra de molino alrededor de nuestros cuellos?
Harari, en De animales a Dioses, breve historia de la humanidad (2013), cuestiona: “¿Cuántos jóvenes graduados universitarios han accedido a puestos de trabajo exigentes en empresas potentes, y se han comprometido solemnemente a trabajar duro para ganar dinero que les permita retirarse y dedicarse a sus intereses reales cuando lleguen a los treinta y cinco años? Pero cuando llegan a esa edad tienen hipotecas elevadas, hijos que van a la escuela, casas en las urbanizaciones, dos coches como mínimo por familia y la sensación de que la vida no vale la pena vivirla sin beber vino realmente bueno y unas vacaciones caras en el extranjero. ¿Qué se supone que tienen que hacer, volver a excavar raíces (al igual que nuestros antepasados recolectores)? No, redoblan sus esfuerzos y siguen trabajando como esclavos. Una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones. Una vez que la gente se acostumbra a un nuevo lujo, lo da por sentado. Después empiezan a contar con él. Finalmente llegará un punto en el que no pueden vivir sin él.
Realmente; ¿es el trabajo en exceso lo de hoy?; ¿es lo que queremos?
El sábado pasado, después de correr dieciséis kilómetros, bañarme y prepararme una taza de café, me senté a leer —como lo hago casi desde que era muy chico— el periódico. La edición en español del “The New York Times” lanzaba en primera página una gran imagen en rojo y amarillo con el dibujo de tres jóvenes —dos caballeros y una señorita— de entre veinticinco y treinta y cinco años, que cubría casi media página con un insinuante y elocuente encabezado “Es trabajo en exceso lo de hoy”.
La imagen es por demás fuerte, de izquierda a derecha, el primer joven tiene vagos rasgos asiáticos, difíciles de asegurarlo pues lleva gafas de aumento, en su mano derecha sostiene un teléfono celular con unos auriculares alámbricos que van a sus orejas y en la mano izquierda tiene sostiene un Ipad. La señorita que se encuentra en medio de ambos, es de tez aperlada con un incipiente peinado afro, lleva una chamarra de mezclilla, blusa de rayas horizontales, lentes obscuros, y un pequeño tatuaje de corazón en la mano derecha mientras que con la otra sostiene una moderna cartera de plástico para documentos tamaño carta. Finalmente y a la derecha, está un joven de piel blanca, espesa barba negra, lentes de sol y un Ipad que sostiene en su mano derecha; lleva una camisa de leñador arremangada y de ambas manos sobresalen tatuajes que probablemente le cubran todo el brazo. Detrás de ellos y en grandes letras rojas, la palabra “ajetreo” en ingles (Hustle). Al calce, el acrónimo TGIM! “ThankGodIt'sMonday (GraciasaDiosEsLunes)”. El artículo es principalmente una crítica a la cultura del ajetreo, una cultura que “está obsesionada con el esfuerzo, es implacablemente positiva, está desprovista de sentido del humor y es imposible escapar de ella… es ambición, aguante y ajetreo. Es una actuación en vivo que enciende tu creatividad... una sesión agotadora que libera tus endorfinas”.
El artículo me dejó un sentimiento ambivalente, una vaga sensación de vacío, o cómo señala el propio artículo ánimo de que esto “es triste y explotador”, ya que “hay quienes creen que el trabajo arduo no necesariamente resulta en trabajadores felices”
Lo anterior volvió a golpearme, como el balonazo que te pegaba de forma desprevenida en el recreo de la escuela, con una devastadora pregunta: ¿Por qué las empresas miden su éxito por el valor de sus acciones y no por la felicidad de sus empleados? Si he de ser brutalmente sincero, no tengo una respuesta; o tengo muchas que viene a ser casi lo mismo; pero mientras esta pregunta sigue rondando mis pensamientos, me encontré con un poderoso texto que me hizo reformular mi vieja pregunta no solo a lo que hacemos en nuestras empresas, sino también a lo que hacemos con nuestras vidas: ¿Las comodidades, lujos, beneficios y mejoras que tenemos en nuestra vida, —y que supuestamente la vuelven mas fácil— se ha convertido en una piedra de molino alrededor de nuestros cuellos?
Harari, en De animales a Dioses, breve historia de la humanidad (2013), cuestiona: “¿Cuántos jóvenes graduados universitarios han accedido a puestos de trabajo exigentes en empresas potentes, y se han comprometido solemnemente a trabajar duro para ganar dinero que les permita retirarse y dedicarse a sus intereses reales cuando lleguen a los treinta y cinco años? Pero cuando llegan a esa edad tienen hipotecas elevadas, hijos que van a la escuela, casas en las urbanizaciones, dos coches como mínimo por familia y la sensación de que la vida no vale la pena vivirla sin beber vino realmente bueno y unas vacaciones caras en el extranjero. ¿Qué se supone que tienen que hacer, volver a excavar raíces (al igual que nuestros antepasados recolectores)? No, redoblan sus esfuerzos y siguen trabajando como esclavos. Una de las pocas leyes rigurosas de la historia es que los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones. Una vez que la gente se acostumbra a un nuevo lujo, lo da por sentado. Después empiezan a contar con él. Finalmente llegará un punto en el que no pueden vivir sin él.
Realmente; ¿es el trabajo en exceso lo de hoy?; ¿es lo que queremos?
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