La noche era lluviosa. No había prestado atención a la hora en que la lluvia había iniciado; de repente se hizo consciente de sí mismo y levantó la cabeza del montón de hojas de papel sobre las que escribía con furia; había poco más de una docena de folios llenos a mano por ambos lados con una pequeña y casi ilegible caligrafía. Pausado, restregó sus ojos con la palma de las manos, llevándolas posteriormente hasta su cabello el cual alborotó en un vano intento de peinarlo. Volvió la mirada en dirección a la ventana y se percató que las cortinas de algodón estaban empapadas, formando al pie de estas un pequeño charco sobre las baldosas; con la mirada perdida recorría indistintamente el charco de agua y las cortinas pegadas al alfeizar. Aspiró profundamente el húmedo aire que se colaba y lo retuvo unos instantes antes de soltarlo de forma pausada. Sin prestar mayor atención a la ventana volvió la mirada a los papeles que tenía esparcidos frente él, los acomodó en pila sin dedicar demasiado esmero e inmediatamente los tomó por el medio decidido a hacerlos trizas.
Su pensamiento volvió a perderse en las sombras de un estimulante y sensual recuerdo; la decidida fuerza que había impreso en sus manos aferradas al papel se fue debilitando de forma imperceptible pero gradual hasta convertirlo en una suave caricia que le refrenaron el ímpetu de destruir aquellos folios que desnudaban su euforia y agitación. El recuerdo de ella llenó dulcemente la humedad de la habitación con un acentuado olor a lavanda; sus manos sintieron nuevamente la espalda desnuda de ella; recorrió con su memoria las obscenas curvas de esas caderas y los muslos incandescentes de aquella mujer.
Su pensamiento volvió a perderse en las sombras de un estimulante y sensual recuerdo; la decidida fuerza que había impreso en sus manos aferradas al papel se fue debilitando de forma imperceptible pero gradual hasta convertirlo en una suave caricia que le refrenaron el ímpetu de destruir aquellos folios que desnudaban su euforia y agitación. El recuerdo de ella llenó dulcemente la humedad de la habitación con un acentuado olor a lavanda; sus manos sintieron nuevamente la espalda desnuda de ella; recorrió con su memoria las obscenas curvas de esas caderas y los muslos incandescentes de aquella mujer.
Leyó por primera vez de forma consciente el primer párrafo de su escrito;
“. . .En un arrebato poco común en él; decidió ponerse en pie y caminar por el pasillo central del vagón rumbo a la pasarela que comunicaba con el otro coche del tren, se detuvo un momento sobre la pasarela de conexión sintiendo el aire golpear su rostro; el ruido de los vagones martillando los rieles despabiló sus sentido; –¿Por qué había tenido aquel arrebato de cambiar de vagón– se preguntó. Cruzó la puerta abatible y la respuesta estaba frente a él. . .”
Desvió la mirada de aquella primera hoja; tomó su pluma fuente y escribió en la parte superior: “Amor a primera vista”; inmediatamente tachó aquel título y se incorporó de su silla con dirección a la ventana para cerrarla; la lluvia había arreciado y aquello se había convertido en una verdadera laguna. Inquieto regresó a su lugar, se sentó sobre el bordillo de la silla y escribió apresurado al tiempo que sonreía con satisfacción: “Amores que Existen”.
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Ray Bradbury (1920- 2012) apuntaba que "no es posible escribir 52 malas historias seguidas" por lo cual cada uno debemos —y podemos— escribir una historia corta por semana. ¡Sin reglas, sin limites!
#Semana8
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