Llevaba ya más de trece años trabajando en aquel negocio de materiales para construcción como cargador. El trabajo estaba alejado de su casa, y aunque tenía que despertarse todos los días a las cinco de la mañana, asearse rápidamente y salir aún sin desayunar para tomar dos camiones para llegar a su trabajo unos treinta minutos antes de su hora de entrada, disfrutaba ese lugar.
Desde pequeño siempre fue muy solitario, su altura, fuerza y complexión gruesa hacía que los demás niños le tuvieran miedo; ya de adolescente, con gustos musicales diversos a los que se escuchaban en el barrio donde creció, él marcaba una sutil frontera con sus compañeros. Tendría unos ochos años cuando su abuelo le regaló un, ya en aquél entonces, viejo receptor de radio AM portátil marca Motorola; era un pequeño receptor de plástico color verde aqua, al frente tenía una gran malla metálica para la bocina con acabados color dorado en las orillas y rematado por la estilizada M del fabricante. En la parte de arriba tenía resaltada la leyenda “six transistors” que acentuaba el avance tecnológico que en su momento tuvo el aparato, debajo de ese enunciado había un muy pequeño plástico transparente de forma ovalada que marcaba la estación que se sintonizaba. Le gustaba escuchar lo que en aquel entonces todavía se denominaba rock and roll, y aunque la mayoría de las estaciones de la ciudad reproducían canciones de Tin Top, Enrique Guzmán, Angélica María, Los Rebeldes, César Costa y Alberto Vásquez el prefería, aunque no lo hablara ni lo entendiera, la música en ingles, sobre todo a Elvis Presley y los Beatles. “Love me do” fue la canción que marcó un parteaguas en su gusto musical y algunos años después un músico inglés desconocido que usaba capas, tenía el pelo largo, lacio y extremadamente rubio y que lanzaba su segundo álbum llamado “Journey to the Centre of the Earth” lo cautivó. Aquella música donde se fusionaba el rock, la música clásica y la literatura era algo nuevo para él. Viaje al centro de la Tierra, de Verne, fue la primera de muchas novelas que leyó. Ese tipo de música y su pasión por la literatura fue el motivo que lo separó definitivamente de su barrió y los amigos de su juventud.
Por eso le gustaba aquel trabajo como cargador de material de construcción; durante su trayecto de poco más de una hora podía escuchar música —ya no en aquel viejo Motorola six transitors que aunque ya no funcionaba aun conservaba— en su ipod classic. Durante su jornada, con los auriculares puestos, poco interactuaba con sus compañeros, finalmente su trabajo consistía en cargar en el camión las ordenes de compra que le iban apilando.
Aquel sábado, como todos los sábados, llegó a las cinco menos seis de la mañana; tenía unos treinta y cinco minutos antes de que se abriera el negocio de materiales. El local estaba en la esquina de una céntrica avenida al poniente de la ciudad, la entrada para clientes estaba sobre dicha avenida mientras que el área de carga y descarga de materiales estaba sobre la bocacalle. A ambos lados de la puerta de la entrada principal, sobre la banqueta, el negocio tenía dos jardineras con plantas perennes bastante bien cuidadas. Ahí era donde él solía sentarse todas las mañanas al llegar, hiciera frio, calor o lloviera. Se acomodaba en el filo de concreto de la jardinera, entre hierba santa, calandrias y teresitas se sustraía en su lista de reproducción de rock en ingles, principalmente rock progresivo, mientras veía la gente pasar. De entre la gente que observaba, había dos personas que le llamaban particularmente la atención; eran dos corredores que solían pasar todos los sábados con bastante puntualidad alrededor de las siete de la mañana, y lo cierto es que no hubiera reparado mayormente en ellos de no ser porque siempre que los veía, ambos solían saludarlo de forma amable entre jadeos al ir subiendo por por aquella empinada avenida, algo que la gente ya no solía hacer en esas épocas de inseguridad en las calles. Él les regresaba siempre el saludo, al principio como una simple cortesía, después, y con una sincera sonrisa, como una grata coincidencia. —¿En qué irán pensando mientras corren? — solía preguntarse a si mismo.
—¡Mira! nuestro amigo, el señor de los audífonos — solían decirse entre jadeos dos corredores al saludar a un hombre de complexión gruesa sentado al filo de una jardinera de un negocio de materiales para construcción ubicado por la empinada avenida donde solían correr los sábados. —Se ve que es muy musical, siempre trae los auriculares puestos — apuntaba uno de ellos; —¿Qué tipo de música escuchará? — preguntaba él otro, en una cíclica conversación que sábado a sábado repetían pocos metros después de saludarlo.
--------
Ray Bradbury (1920- 2012) apuntaba que "no es posible escribir 52 malas historias seguidas" por lo cual cada uno debemos —y podemos— escribir una historia corta por semana. ¡Sin reglas, sin limites!
#Semana4
Comentarios
Publicar un comentario