Decir que mi gusto por los pastes viene cuando de niño ayudaba a mi abuela a prepararalos para nuestras comidas familiares seria, aparte de un lugar común, una gran mentira. Cuando niño, entre mas lejos pudiera estar de la cocina y así evitar tener que ayudar en algo —relacionado o no con la cocina— mejor para mi; sin embargo lo cierto es que siempre ha sido uno de los platillos que con gran amor y salivación, más recuerdo de mi infancia. Así como también recuerdo escabullirme en la cocina a escondidas para sustraer uno de la canasta donde los ponía mi abuela antes de la comida familiar de los domingos. A la hora del almuerzo comía, por supuesto, el que me correspondía.
El paste es un platillo económico de origen ingles que era consumido por la clase obrera. En México, fue introducido en la gastronomía hidalguense, junto a la minería y el futbol, por mineros originarios de Cornwall que laboraban en las minas del estado de Hidalgo en el siglo XIX. El paste original, o al menos el original de mi infancia, va relleno de papa, carne de res picada, cebolla, poro y perejil. Típicamente se preparaban en la mañana y los mineros los consumían, aun tibios por el calor de la papa contenido dentro de la masa, a la hora de su almuerzo. El paste se diferencia de la empanada en que los ingredientes del relleno están crudos al momento de ser envueltos en la masa de pan. La cocción se lleva a cabo durante el horneado.
Epílogo.- Estos pastes que preparé, tienen par mi orgullo y satisfacción, el mismo sabor que guardo en algún rincón de mi memoria.
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