El interior de la edificación, la cual siempre había calificado como espléndida, ahora le resultaba abrumadora; apenas había andado unos pocos pasos al interior del edificio cuando se detuvo de forma intempestiva por el estruendo que a cada paso sus zapatos producían contra el reluciente mármol del piso. El bullicio de los carros y peatones que circulaban por la calle Eje Central se mezclaba de forma confusa con el ajetreo de cada mañana del Palacio Postal, lo que incrementaba su turbación. Las imponentes columnas de hierro que sostenían al edificio, las cuales se le figuraban en aquel momento rígidos vigías que resguardaban el bronce de los pórticos, ventanillas y marco del enorme domo de cristal emplomado transparente, parecían vigilarlo.
Continuó su camino entre la marea de gente que ensimismada entraba y salía a paso presuroso de la Quinta Casa de Correos rumbo al barandal de hierro forjado y bronce ornamental que en lo alto tenia la leyenda “Entrega registrados primera clase internacional”
Ella estaba casada cuando él la conoció, su esposo era un funcionario gubernamental de medio pelo venido a mas, —Mediocre como amante y peor como persona— había dicho ella en aquella primera ocasión, un comentario que de inicio lo dejó desconcertado por su sinceridad. Estaban en la barra de un bar de la zona rosa de la capital del País, él observaba con poca discreción y de forma constante su bello rostro y el anillo de oro que llevaba en el anular de la mano izquierda cuando soltó aquella diatriba antes de dar el último sorbo a lo que parecía ser un Chardonnay; un caldo corriente a jugar por el lugar. —¿Nos vamos? — preguntó ella sin mas preámbulo poniéndose de pie. . . Y ahora más de dos años después, él era el que se encontraba de pie, pero ahora frente al barandal de entregas del correo de primera clase en espera de una respuesta.
—Primera clase— sugirió ella, —Es mas rápido y seguro, la correspondencia de segunda clase suele perderse o llegar, en el mejor de los casos, mucho tiempo después— apuntó con lagrimas en los ojos al tiempo que terminaba de abotonar su blusa para de inmediato salir de la habitación. Él, en vano, esperó que ella volteara al cruzar el dintel de la puerta para mandar un último guiño.
—Carta devuelta, señor— dijo amablemente el empleado postal al entregar el sobre con el matasello impreso en tinta negra sobre el timbre postal con la leyenda “1era clase”.
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