Este texto presenta numerosas variaciones culturales, que deben estudiarse en detalle antes de ser abordadas en una organización determinada.
1.
En días pasados leí en un periódico deportivo
de circulación nacional la entrevista realizada al entrenador de un equipo
profesional de fútbol americano respecto a su visita al país[1]. En sus
declaraciones, el entrevistado habla respecto a la falta de capacidad de México
para organizar este tipo de eventos deportivos y el riesgo de estar en una zona
de “erupciones volcánicas, sismos o cualquier otra cosa”.
Más allá de la validez de las declaraciones
efectuadas por el entrevistado, (declaración de interés, soy mexicano de
nacimiento) utilizaré este ejemplo como punto de partida para hablar acerca de
los sentimientos morales de los ciudadanos y la relevancia de la otredad.
Estamos inmersos en una época acuciante y vergonzosa
donde gran parte de la efectividad de nuestras vidas está relacionada con el
juicio que tenemos acerca de los otros. Basta echar un vistazo a cualquier
fuente de noticias para ser testigos de la pobreza, falta de
servicios y atención médica adecuada a poblaciones vulnerables, inequidad en la
distribución de ingresos y riqueza, guerras y conflictos armados, destrucción
ecológica, problemas migratorios y un largo etcétera. Esa es la noción que
tenemos de nuestra realidad. Esa es la epistemología que enarbolamos en
nuestros días y el enfoque que, como sociedad, a nivel mundial, tenemos de
nuestra postmodernidad.
De acuerdo a J. Rousseau, el primer afecto
del niño es amarse a sí mismo; y el segundo, que del primero se deriva, amar a
los que lo rodean, porque en el estado de flaqueza en que se halla, solo conoce
a las personas por la asistencia y las atenciones que recibe[2]. En el
desarrollo de este texto estudiaremos la importancia de la educación de los
ciudadanos para generar sentimientos empáticos y morales con su entorno, pero
antes, repasemos la importancia y el concepto del “otro u otredad”.
La noción de otredad se trata del
reconocimiento del otro como individuo diferente, que no forma parte de la
comunidad propia[3].
Sin embargo, este reconocimiento debe iniciar a partir de la educación. Crear una
re-edificación de las relaciones de los seres humanos entre sí. Del
entendimiento que nosotros somos el otro, de los otros.
¿Qué hay en la vida humana que dificulta
tanto la conservación de las instituciones democráticas basadas en el respeto y
en la protección igualitaria de la ley? Nussbaum[4] hace una
cuestión de planteamientos, irreverentes pero muy acertados, respecto a la
inclinación de caer en la jerarquización y violencia grupal; donde el enfoque
de las personas es controlar y dominar estigmatizando a las minorías (los
otros). La autora en comento señala incluso el tipo de educación que la cultura popular alimenta
al mostrar que “los problemas de los personajes buenos se acaban cuando mueren
los villanos”, no obstante, hace una tibia mención cuando se “anima a aventurar” que existen algunas
personas dispuestas a vivir con las demás en condiciones de respeto mutuo y
reciprocidad.
Quiero traer a tema la posición del fraile dominico español Bartolomé de
las Casas, quien en su libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias
defiende la posición de los naturales por la colonización de la Nueva España. De
las Casas escribe que “todas las guerras que llamaron conquistas fueron y son
injustísimas y de propios tiranos (...) las gentes naturales de las Indias,
tienen derecho adquirido de hacernos guerra justísima” Aquí empezamos a
apreciar el concepto del otro como diferente al nosotros, desde una perspectiva
antropológica pero también de legalidad.
La búsqueda y estudio del respeto e igualdad no es, evidentemente, un
tema reciente. Los seres humanos aspiran, al parecer de forma natural, a la dominación, una necesidad interior y narcisista de ser el primero frente a los demás.
¿Qué sucede en las organizaciones empresariales? Esta pregunta me surge
de forma natural y previsible; si como afirmamos en el párrafo anterior las
personas tenemos aspiraciones de superioridad, habría que dirimir quizá si esta se da de forma innata, o es derivado del del ambiente cultural donde nos desarrollamos, es decir, es una construcción ontológica del
lenguaje. Parafraseando a Butler[5],
podría ser que estas aspiraciones de superioridad marcan a la persona antes de
su marca, fijando con antelación que posición simbólica lo marcará y ésta última
marca es la que parece ser posterior a la persona, es decir, la persona esta
marcada por la aspiración de superioridad, pero esa marca que se le imprime a
la persona, es anterior a la marca. ¿Es este deseo de dominación tan solo un
enunciado performativo? ¿Cómo una persona llega a recibir la marca de tener una
aspiración de superioridad? Ya que la persona anterior a esta marca de
superioridad solo se constituye de forma significable a través de esta marca.
Las empresas promueven la cultura de la meritocracia o cultura del
esfuerzo, ésta la definí anteriormente como el esfuerzo diligente y continuo que le permite al trabajador aspirar a escalar dentro de la clasificación jerárquica de la
empresa[6].
Harris[7]
menciona la importancia de la movilidad social de las personas dentro de las
estructuras sociales. ¿La cultura de la meritocracia puede derivar como una
ramificación de la aspiración de superioridad que Nussbaum plantea? No, o al menos
no de forma natural. A mi juicio la
cultura de la meritocracia en las organizaciones empresariales es benéfica para
la supervivencia de la organización.
No obstante, las empresas deben cuidar que la meritocracia no derive en
una aspiración de superioridad, ya que al ser esto un acto innato del ser
humano (o performativo) puede transmutarse sin un adecuado sistema que lo
supervise, en deseos de riqueza, agresión y preocupación narcisista, siendo
estas fuerzas enemigas de la construcción de la cultura de las empresas.
2.
¿Cómo abordar lo anterior? Nussbaum[8]
plantea iniciar por los procesos de educación de la psicología del desarrollo
humano desde que el individuo llega como niño, a un mundo que no construyó ni
controla, donde su principal deseo es esclavizar a sus padres, dando comienzo a
un mundo de jerarquías. El niño tiene vergüenza de su propia indefensión o
impotencia, lo que transmuta en otro sentimiento muy potente: “la repugnancia”
como fundamento evolutivo innato. Y esta repugnancia se vincula con el narcisismo
básico del niño, se comienza a causar un daño concreto. Siendo que el niño
aprende de la sociedad adulta la “repugnancia proyectada”, la cual suele recaer
sobre los grupos sociales subordinados (ya sea por raza, genero, nivel social o
cualquier otro). Aquí el niño se empieza a identificar y definir como superior
o trascendente. El deseo de esclavizar a los padres se satisface en la creación
de jerarquías sociales.
Ahora bien, esto se puede educar creando una nueva epistemología en la
cual observemos al individuo (y al otro) desde una visión ontológica; como un
ser compuesto por un cuerpo, lenguaje (pensamiento) y emociones. Eliminar de
nuestra coherencia los mensajes de dominación, perfección e invulnerabilidad como
los aspectos que detonan el éxito de la vida adulta. Entender la naturaleza básica
de nuestra debilidad como seres humanos y que el éxito y prosperidad de nuestra
sociedad (laboral, personal, etc.) no debe fundamentarse en la perfección y
control. La construcción de un nosotros, no de un “ellos” o un “otros” (debemos
empezar por postular que “no hay un yo sin un tu”), eliminar la bifurcación
entre lo “puro” y lo “impuro”, eliminar la proyección de nuestros miedos y
demonios internos.
Dentro del enunciado “no hay un yo sin un tu”, eliminamos la visión de
la persona como un medio, y empezamos a ver al ser como un fin; desechar la
imagen del vaquero solitario que se vale por sí mismo, y que, al ocaso, siempre
parte en soledad. Conectar con nuestra gratitud y sentir empatía, interés y
respeto por el ser como comienzo para la educación de los sentimientos morales en nuestras sociedades y, por ende,
organizaciones empresariales.
Este artículo fue desarrollado en el marco de la unidad “Estudios de la Cultura en el siglo XX” del Doctorado en Filosofía con acentuación en estudios de la cultura de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
[1] Cancha / Staff (21 de noviembre de 2017) Ya no quiere volver, Periódico EL Norte
(Grupo Reforma), p.11
[2] Nussbaum, M. (2010) Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos
Aires: Katz. p.51
[3] Definición.de [en línea]. Recuperado el 26 de
noviembre de 2017 de https://definicion.de/otredad/
[4] Nussbaum, M,
op. cit., p.52
[5] Buttler,
J. (2002) Cuerpos que importan. Sobre los
limites materiales y discursivos del sexo. Barcelona: Paidós. P.149
[6] Segovia,
R. (2017) Proyecto de tesis: Cultura
Organizacional de las empresas de Nuevo León, Origen y Evolución, UANL p.2
[7] Harris,
M. (2011 [1990]) Antropología Cultural,
Madrid: Alianza Editorial
[8] Nussbaum, M,
op. cit., pp.55-60
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