Hoy Cecilia, mi hija, interactuó por primera vez con una máquina de escribir, mi nueva Remington junior de los años '50´s del siglo pasado.
Su primer reacción fue de curiosidad al ver como ponía la hoja blanca en el carrete y ajustaba la sangría. Le divirtió que las letras aparecieran en la hoja a cada golpe.
Cuando ella lo intentó; las letras apenas y aparecían en la hoja; como si tuvieran cierta timidez en mostrar toda su negrura.
—No escribe Papá— me dijo con cierta frustración; por lo cual le sugerí golpear cada tecla con fuerza, pasando del suave contacto del teclado de un computador; al enérgico golpeteo que requiere cada tecla de fierro.
—Papa; ¿me equivoqué en una letra; como le borro?— preguntó Cecilia.
—No puedes borrar— contesté.
—Entonces ¿cómo le haces?—
—Puedes usar un corrector— le expliqué; —Que es un papelito blanco que pones sobre la letra que te equivocaste y la tecleas; pero no tengo—
—Que raro es esto— concluyó al tiempo que se despedía para terminar, en la computadora, una tarea que debe llevar impresa mañana lunes.
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