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Epílogo de un primer maratón

"Hello complete stranger! I'm proud of you"
...Leído de entre el publico en el maratón de NYC 2011. 

Nueva York. Noviembre 6, 2011.- Eran varios los obstáculos contra los que me enfrentaba ese día al correr mi primer maratón: 

(a) La mayor distancia que jamás había trotado eran treinta y seis kilómetros, sabía que mi cuerpo estaba entrenado para recorrer los poco mas de cuarenta y dos kilómetros pero el hecho era que aun no los había experimentado.

(b) Los secretos de la ruta me eran totalmente desconocidos, los pilotos de automovilismo tienen la oportunidad de recorrer y reconocer días antes el recorrido; un trotador difícilmente cuenta con estos beneficios.

(c) Son cinco los grandes maratones del mundo; Boston, Londres, Chicago, Nueva York y Berlín. De estos el de NYC es el de mayor complejidad por su trazado y altimetría, siendo considerado como el "peor cobrador de todos los maratones". Un paso mas que uno se acelere al principio y las cuestas finales de Central Park se encargaran de cobrarla.

Estos retos o vicisitudes no pueden ser esgrimidos, bajo ningún a circunstancia, como excusas al desempeño, pero como bien lo señala Marciano Durán, los corredores no preparamos las excusas, "pero las tienen todas para el momento en que llegan a la meta...el viento en contra, arranqué demasiado rápido, al final iba a picar pero no quise" las excusas ¡Son parte de nosotros los corredores!.

El día empezó en punto de las cuatro y media de la madrugada; Mi vestimenta consistía en una camisa deportiva térmica, la camisa de la competición, pants y sudadera, gorro,para el frío, guantes y un impermeable amarillo adquirido un día antes. En la "bolsa de transporte de UPS" llevaba mi avituallamiento para después de la carrera.

A las cinco y un cuarto tomaba el metro en la 34 St. Herald Sq. con dirección ala estación del ferry en White Hal St. Ya a bordo del ferry pude disfrutar un espléndido amanecer que pareciera pintado por un amante de esta ciudad; bajo un cielo obscuro y despejado se dibujaban los trazos de la muy comercial silueta de edificios de la ciudad, los cuales iluminados por detrás de un color naranja/rojizo hubiesen sido la envidia del director de fotografía de cualquier película. El clima de ese día parecía haber sido encargado con suficiente anticipación para evitar las sempiternas excusas de los maratonistas; una mañana fría, despejada y un sol radiante que en ningún momento pretendió someter al frío que todo el tiempo estuvo presente.

La espera, desmarañada y ayuno fue mitigado por cientos de miles de beagles, café, té, barras energéticas, fruta y bebidas hidratantes. Un beagle natural, bebida hidratante, plátano y granola fueron mi furtivo desayuno que ayudó a mitigar la espera, la cual sobrellevé acostado en un impermeable transparente de plástico sobre el helado asfalto de la mañana.

Quince minutos antes de las nueve, los "corrales" fueron abiertos para los corredores que teníamos salida cuarenta y cinco minutos después. Aproveché para retirarme los pants; la camisa térmica (si, hubo un momento en estaba -en esa temperatura- con el torso desnudo), y ponerme nuevamente la camisa de competición, sudadera, gorro y guantes; estas ultimas prendas las cuales deseché junto al impermeable poco antes del disparo de salida.

Y de repente, las masa humana nos empezamos a mover rumbo al punto de largada; un himno nacional estadounidense cantado a capela arrancó gritos de emoción de los ciudadanos de éste país y un respetuoso silencio de nosotros los extranjeros con la cabeza descubierta anunciaron los instantes previos de la salida.

"Start spreadin' the news, I'm leavin' today, I want to be a part of it, New York, New York" cantado por Frank Sinatra marcaron -finalmente- el inicio de la carrera. Nada había ya, nada importaba más, solo cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros por recorrer. La emoción de la gente, el atronador Frank y el puente Verrazano llenaron de lagrimas mis ojos; tenía dos opciones, llorar o correr, afortunadamente me decanté por la segunda.

Ciento de miles de personas apoyando todo el tiempo, cruzar el barrio chino, el mexicano, la fría indiferencia de los judíos ante la carrera que perturbaba su vecindario, las banderas españolas, italianas, portuguesas, la matraca mexicana, el grito de otros corredores connacionales gritando "vamos paisano"; el aliento del "vamos México" del publico al ver mi camisa pasar, helicópteros siguiendo el recorrido, gente ofreciendo plátano, dulces, chocolates, niños con la mano extendida en las orillas gritando "give me five".

Un puente Queensboro capaz de quebrar con su ascenso cualquier par de piernas y quince kilómetros aun por recorrer pusieron a prueba todos mis entrenamientos, todos los carbohidratos consumidos, las fiestas perdidas y la disciplina aprendida. La mente empieza a flaquear, dolores desconocidos empieza a aquejar piernas y brazos, principios de calambres intentan aparecer, en este momento no hay nada, es matar o morir, es luchar y vivir, es una competencia contra uno mismo, es disciplina, disciplina, disciplina, disciplina, el único adversario en ese momento es nuestro pensamiento que clama por abortar la misión, que emplea las peores tretas conocidas incluso por nosotros para justificar el abandono.

Y de repente ahí está. . . Central Park flanqueado de cientos de miles de personas gritando de forma ensordecedora, aturdiendo a nuestro traicionero pensamiento y alentando nuestro ya maquinal trote.

Los letreros se sucede con lentitud y parsimonia uno a otro; milla veinticinco, milla veinticinco punto cinco; milla veintiséis; un kilometro, ochocientos metros, cuatrocientos metros y en la ultima curva, el ultimo ascenso, la meta, una efervescente, azul y anaranjada meta, las lagrimas brotan en esos últimos pasos; los brazos cual resortes contenidos se disparan al cielo y en el corazón un solo pensamiento ha quedado tatuado de por vida.

-¡Lo logré!-

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