El trayecto no ha estado exento de turbulencias. El vaso de plástico con whiskey y hielos se tambalea inquieto e inseguro sobre la mesita de servicio. La tarde va cayendo y el sol pierde su inevitable batalla diaria frente al sol. Los últimos rayos que aun alcanzan a filtrarse furtivamente por la ventanilla crean naturales destellos sobre la bebida embriagante. El avión vuelve a sacudirse con violencia y el licor amenaza con derramarse del vaso, tal como una amante que se amenaza despedirse nuevamente. El pasajero toma el vaso con firmeza y decidido lo bebe de un solo trago. -Tu no te escaparás- piensa antes de perder su vista en la inmensidad de un cielo ahora oscuro.
MONTERREY, N.L. Diciembre 10, 2014 (Sala de última espera del aeropuerto). —Todos los grupos pueden abordar ahora el vuelo 1272 con destino a Dallas, Texas— advirtió de forma divertida, pero protocolaria la representante de American Airlines; tomó con formalidad mi pase de abordar y pasaporte; escaneó el primero y levantó el segundo a la altura de mi rostro para cotejarlo. Terminada la rutinaria revisión me sonrió al tiempo que apuntaba —Bienvenido Señor Segovia— Recorrí de forma rápida el anden de abordaje encontrando a mi paso rostros que reflejaban una mezcla de diversión y sorpresa para llegar finalmente a la puerta del avión y confirmar que tenía un flamante, nuevo (y vacío -por cierto) Airbus 319 a mi entera disposición. Los tres sobrecargos, Cindy, Linda y Julio, me recibieron con sendas sonrisas, tomaron mi abrigo y cuando iba rumbo a mi lugar, me invitaron a tomar asiento en primera clase; un ascenso previamente autorizado por el piloto de la aeronave. Me s
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