Enfundado en su impoluta filipina blanca rematada con una corbata negra de fular, Margarito, de estatura media, piel morena, con un cutis curtido por la cocina y dos pequeños e inquietos ojos que asemejaban a una inquietas aceitunas inició, con fingida distracción, la preparación del arroz y un cuasi monologo de su vida. Arrojando al aire alternativamente cada una de las dos compactas porciones que tenía frente a sí, compartió a su cautivo público:
—Yo soy del estado de Hidalgo, de un pueblito que se llama Huazalingo; aunque ya no vivo allá; mi esposa y mi hijo viven en el Estado de México, con suerte los veo una vez al año— nos compartió centrando su atención indistintamente en la mantequilla chisporroteaba en la plancha y en nosotros, su público comensal.
—He trabajado como cocinero en los mejores restaurantes de comida japonesa de México; muchos años trabajé en la capital y casi ocho años en Cabos, la última vez que vi a mi familia fue a principios del 2014, después vino lo del huracán en septiembre y pues la chamba se acabó— apuntó mientras continuaba su vistoso espectáculo de malabares gastronómico.
—Luego me vine para Chihuahua, pues mi intención era irme para el otro lado, y ahorrar todo un año, pero así bien fuerte, pues no tengo vicios, ni tomo, ni nada, así que quería ahorrar todo lo que ganara y regresarme con la familia, pero mi hermano me dice que la pasada está muy peligrosa, y pues como no tengo papeles ni visa, ni modo de arriesgarme; así que pues me quedé aquí y aquí ahorraré un poco más; y con eso poder pagar la escuela de mi hijo. Él está estudiando derecho en una Universidad Privada que puso una licenciada que creo es diputada; mi hijo es muy inteligente —apuntó sin fingir su orgullo filial— por lo cual le becan la inscripción, pero aun así pago seiscientos pesos al mes; aunque más caro es el internet para que pueda hacer las tareas—
En este momento Margarito hizo una pausa en la historia de su vida, tomó una cebolla fresca y con su afilado cuchillo cebollero y precisión quirúrgica, empezó a cortarla en aros e inmediatamente a apilarlos en forma de montaña —Saque su celular joven, y póngalo a grabar en cámara lenta y me dice cuando esté listo para enseñarle nuestro Popo— dijo nuestro cocinero al tiempo que vertía un líquido sobre el encebollado Popocatépetl; antes de provocar la gran erupción
—¿Sabe joven?; no me acostumbro al calor, pero el frio es pero, aquí en Chihuahua es muy fuerte; ¿lo ha sentido usted? — Preguntó sin intención de esperar una respuesta de mi parte al tiempo que continuaba; —El frio es muy fuerte, lo bueno es que mi esposa me envió una cobija y dos cobertores, porque solo tenía una cobija, pero pues ahorita no la necesito— dijo soltando una franca risotada.
—Bueno joven, fue un gusto cocinar para ustedes— concluyó Margarito haciendo una casi imperceptible genuflexión al tiempo que con pulcritud, terminaba de guardar su vida, sus sueños, su historia e instrumental culinario y de malabarismo.
Comentarios
Publicar un comentario