Todo estaba preparado para el gran escape, el plan había sido trabajado minuciosamente. El encierro puede perturbar a cualquiera, sobre todo los aislamientos por grandes periodos y con actividades monótonas.
Para ellos no era diferente, su reclusión databa de hacía ya mucho tiempo. El calabozo era obscuro y pequeño, estaba recubierto de ásperos maderos y en el había todo tipo de prisioneros que estaban destinados a cumplir trabajos forzados. Algunos de los prisioneros desempeñaban trabajos diurnos y otros tantos los nocturnos. Era casi impensable pretender que los de un turno suplantaran a los del otro, los celadores eran sumamente estrictos en éste tema.
Dos de los presos asignados a los trabajos forzados del turno nocturno tenían ya bastante tiempo planeando escapar, lo habían meditado, estudiado y estaban listos para ejecutarlo. Habían llegado a la conclusión que el mejor momento para hacerlo era durante el desempeño de sus trabajos. Sabían que a diferencia de los prisioneros asignados a los trabajos matutinos y vespertinos, ellos tenían menor vigilancia y contaban con mayor margen de maniobra.
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Según lo planeado, les tocaría salir de la mazmorra entre las 20.30 y 21.00 horas e inmediatamente serían asignados a sus labores. Pero sería pasada la media noche cuando tendrían oportunidad de llevar a cabo la tan anhelada fuga.
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Según lo pronosticado, el alcaide de la prisión llegó por ellos en punto de las 20.30, los asignó a sus labores y se puso a coordinar el desempeño de los otros prisioneros. Una vez que todo estuvo listo y asegurado, el alcaide se dedico a atender otros asuntos.
El nerviosismo se apodero de los pretensos escapistas; dudaban si debían continuar con aquella empresa ya que quizá el plan era muy arriesgado y el factor de error era alto. Decidieron que debían continuar, no era momento de abortar el intento. Lenta y silenciosamente, se fueron desplazando de los grilletes que los mantenían asidos a su lugar; los centinelas dormían, pero podían despertarse en cualquier momento y las consecuencias serían funestas.
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Uno de los presos rompió los grilletes, se incorporó y fue con su amigo que aún seguía encadenado. Cuando se disponía a liberarlo, uno de los vigías que estaba despierto movió a los presos a otra zona de trabajo según el rol acostumbrado todas las noches; aunque no se percató de que uno de los reclusos ya había escapado.
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El preso que ya estaba libre trató de ir detrás de su compañero, pero el otro preso –el que no pudo liberarse– le pidió que no lo hiciera, no valía la pena que los pillaran a los dos; el plan estipulaba que si uno de ellos se quedaba atrás, el otro debía huir, lo habían acordado y no podían cambiar el plan ahora. Es más, le exigía que huyera, que se fuera.
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El ahora libre lloró, que sería de su existencia sin su pareja de prisión, su socio, su hermano de penas. Pero tenía que hacerlo, debía huir. Trató de auto justificarse, ya habría después oportunidad de regresar por él, podrían planear una nueva fuga, y con el afuera le sería más sencillo materializar el plan para liberar al otro.
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Su colega quedó preso; cuando a la mañana siguiente se percataron de la ausencia de uno de ellos, el otro quedó recluido en un calabozo especial, éste era un trabajo que debía desempeñarse en parejas, y si el otro no aparecía, se sabía cuál era el final para el que se quedó. Un tiempo estaría confinado en un área separada, y cuando cesará la búsqueda del otro, sería simplemente aniquilado.
El que alcanzó a liberarse huyó. . . y huyó. . . y huyó. No volvió nunca, ni nunca se supo más de él. Corrió, escapó, dejó atrás su pasado, sus penas y abandonó a su frustrado compañero de fuga. .
Para ellos no era diferente, su reclusión databa de hacía ya mucho tiempo. El calabozo era obscuro y pequeño, estaba recubierto de ásperos maderos y en el había todo tipo de prisioneros que estaban destinados a cumplir trabajos forzados. Algunos de los prisioneros desempeñaban trabajos diurnos y otros tantos los nocturnos. Era casi impensable pretender que los de un turno suplantaran a los del otro, los celadores eran sumamente estrictos en éste tema.
Dos de los presos asignados a los trabajos forzados del turno nocturno tenían ya bastante tiempo planeando escapar, lo habían meditado, estudiado y estaban listos para ejecutarlo. Habían llegado a la conclusión que el mejor momento para hacerlo era durante el desempeño de sus trabajos. Sabían que a diferencia de los prisioneros asignados a los trabajos matutinos y vespertinos, ellos tenían menor vigilancia y contaban con mayor margen de maniobra.
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Según lo planeado, les tocaría salir de la mazmorra entre las 20.30 y 21.00 horas e inmediatamente serían asignados a sus labores. Pero sería pasada la media noche cuando tendrían oportunidad de llevar a cabo la tan anhelada fuga.
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Según lo pronosticado, el alcaide de la prisión llegó por ellos en punto de las 20.30, los asignó a sus labores y se puso a coordinar el desempeño de los otros prisioneros. Una vez que todo estuvo listo y asegurado, el alcaide se dedico a atender otros asuntos.
El nerviosismo se apodero de los pretensos escapistas; dudaban si debían continuar con aquella empresa ya que quizá el plan era muy arriesgado y el factor de error era alto. Decidieron que debían continuar, no era momento de abortar el intento. Lenta y silenciosamente, se fueron desplazando de los grilletes que los mantenían asidos a su lugar; los centinelas dormían, pero podían despertarse en cualquier momento y las consecuencias serían funestas.
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Uno de los presos rompió los grilletes, se incorporó y fue con su amigo que aún seguía encadenado. Cuando se disponía a liberarlo, uno de los vigías que estaba despierto movió a los presos a otra zona de trabajo según el rol acostumbrado todas las noches; aunque no se percató de que uno de los reclusos ya había escapado.
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El preso que ya estaba libre trató de ir detrás de su compañero, pero el otro preso –el que no pudo liberarse– le pidió que no lo hiciera, no valía la pena que los pillaran a los dos; el plan estipulaba que si uno de ellos se quedaba atrás, el otro debía huir, lo habían acordado y no podían cambiar el plan ahora. Es más, le exigía que huyera, que se fuera.
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El ahora libre lloró, que sería de su existencia sin su pareja de prisión, su socio, su hermano de penas. Pero tenía que hacerlo, debía huir. Trató de auto justificarse, ya habría después oportunidad de regresar por él, podrían planear una nueva fuga, y con el afuera le sería más sencillo materializar el plan para liberar al otro.
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Su colega quedó preso; cuando a la mañana siguiente se percataron de la ausencia de uno de ellos, el otro quedó recluido en un calabozo especial, éste era un trabajo que debía desempeñarse en parejas, y si el otro no aparecía, se sabía cuál era el final para el que se quedó. Un tiempo estaría confinado en un área separada, y cuando cesará la búsqueda del otro, sería simplemente aniquilado.
El que alcanzó a liberarse huyó. . . y huyó. . . y huyó. No volvió nunca, ni nunca se supo más de él. Corrió, escapó, dejó atrás su pasado, sus penas y abandonó a su frustrado compañero de fuga. .
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Así fue como se llevó a cabo el escape de un calcetín para dormir.
Así fue como se llevó a cabo el escape de un calcetín para dormir.
excelente!! en mi casa hay muchas fugas y pocos sacrificados sigo esperando que su compañero regrese... saludos
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