WASHINGTON, D.C. Octubre 26, 2014 (39th Marine Corps Marathon).
Empecemos por el final de la historia: Llegué a la meta prácticamente en una pieza y logré romper mi récord personal por poco mas de diez minutos… y por cierto ¡no!; no olvidé ponerme el chip.
¿Como fue el principio? No muy diferente a cualquiera otro maratón; al despertar aún había restos de los nervios de la noche anterior. Un rápido regaderazo y un breve desayuno hicieron un poco mas llevadero el adictivo y estimulante estrés previo al disparo de salida.
En punto de la hora acordada, Arnoldo, mi amigo y socio de carrera estaba puntual para empezar la caminata hasta la estación del metro que nos llevaría al punto de encuentro con el equipo. Una vez en la estación, y como si lo hubiésemos planeado previamente, coincidimos con Yolanda, ya éramos tres de siete del equipo y como llevábamos tiempo de sobra, decidimos pasarnos una estación de donde debíamos transbordar…finalmente creímos que era un buen momento para conocer una estación adicional.
Como siempre me sucede, los recuerdos previos al arranque se vuelven nebulosos, se mezclan con la fantasía y terminan siendo un poco de verdad y un mucho de leyenda; pero bien recuerdo los momentos previos al arranque con los paracaidistas aterrizando en un breve camellón y un par de aviones militares que dieron el disparo de salida para inmediatamente después perderse en el infinito marcó el fin de doce meses de entrenamiento y el inicio de los últimos (e insignificantes) cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros.
En muchas ocasiones me han preguntado en que pienso durante los cuarenta y dos kilómetros del maratón (cuarenta y dos kilómetros y ¡¡¡ciento noventa y cinco metros!!! corrijo siempre en mi mente!!!); no lo sé…es probable que no piense en nada, o en todo; o en una mezcla de ambos; pero los últimos tres o cuatro kilómetros solo pensaba en el final, en terminar, en caminar, en claudicar, en correr mas fuerte, en continuar o en mentarle la madre a alguien, a quien fuere, pero entonces divisé tres gritos, tres voces, tres ovaciones que aceleraron mi corazón y dieron renovadas fuerzas a mis ya flácidas piernas. Mi esposa, mi hija y mi madre gritando mi nombre, haciéndome sentir orgulloso de estar ahí me dieron ese último impulso previo a la cuesta final (¡Dios! a quien se le ocurre poner una cuesta quiebra piernas al final de una maraton) y de ahí hasta la meta en 3´36”06.
Epílogo.- Alguna vez leí que el maratón se corre treinta kilómetros con las piernas; doce con la mente, y ciento noventa y cinco metros con el corazón; pero esta vez descubrí que esos últimos 195 metros no los corrí solo, me acompañaba mucha gente, me acompañaba Estela, mi entrenadora, mi equipo, mis amigos; pero sobre todo mi esposa, mis padres y mis hijas que fueron testigos del maratón de Washington 2014.
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